martes, 15 de febrero de 2022

Saint Seiya: los mejores momentos del anime

Los Caballeros del Zodíaco, o Saint Seiya, fue una de las series que marcaron mi infancia. Aquel anime tenía todos los ingredientes para volver locos a los niños de principios de los noventa: espectaculares armaduras de diferentes signos del zodíaco, ataques especiales con meteoros y rayos, mitología griega mezclada con frikismo japonés y un poco de sangre. Bueno, en realidad bastante sangre.

Y eso que el manga original de Masami Kurumada era todavía más violento, pero aun así la cantidad de líquido rojo que mostraba el anime no era poca cosa. Al fin y al cabo, eran otros tiempos. Los niños de la época veíamos películas como Robocop o Conan el Bárbaro, y jugábamos a videojuegos como Mortal Kombat. Los bigotes, incluso, tuvieron su momento de gloria en los años ochenta. Y así de torcidos hemos salido, supongo.

Mi hermano y yo grabábamos los capítulos en cinta VHS y los revisionábamos cada dos por tres. No existía Youtube, de modo que nos terminábamos sabiendo de memoria los diálogos de cada capítulo. Siempre acabábamos viendo lo mismo, pero nos lo pasábamos pipa. Lo malo de contaros todo esto es que, como habréis deducido, tengo exactamente la edad de Yoda. Lo bueno es que como vi tantas veces aquellos capítulos puedo escribir este artículo tirando de memoria y sin volver a verme nada. Así que allá voy.

¿Cuáles fueron los mejores momentos del anime Saint Seiya? Os cuento.

Seiya salva a Shiryu de un puñetazo en el corazón

Ya solo el planteamiento de Saint Seiya era una fantasmada: gente que se movía a la velocidad del sonido, caballeros de oro que alcanzaban la velocidad de la luz, la reencarnación de la diosa Atenea, un tipo que estiraba sus cadenas hasta dios sabía cuánto y otro que congelaba todo lo que tocaba. Gente rara, en definitiva. Y otras muchas cosas, claro. Pero todo esto lo aceptábamos y, de hecho, nos encantaba.

Ahora bien, si hablamos de fantasmadas no podemos olvidarnos del final del combate entre Pegaso y Dragón, pues fue sin duda uno de los momentos más memorables de Saint Seiya.

Os pongo en situación. Los caballeros de bronce habían seguido un duro entrenamiento durante años para ganarse su armadura, pero aquel entrenamiento les lució más a unos que a otros. Por ejemplo, el caballero del oso terminó con los brazos destrozados ante Seiya, y el caballero de Hydra, el tipo más inofensivo pero con más carisma de toda la serie, no tuvo su mejor día ante Hyoga. Un Hyoga que en aquellos primeros episodios parecía demasiado encantado de conocerse.

El caso es que a falta de que llegara Ikki, los Seiya, Shiryu, Hyoga y Shun estaban muy por encima de los demás caballeros en el famoso torneo que había organizado la estirada Saori. El ganador se llevaría la armadura de oro y la cosa empezaba a ponerse interesante. Porque Shiryu y Seiya eran dos de los favoritos y les tocaba enfrentarse.

A priori el combate parecía estar igualado, pero Seiya empezó haciendo el ridículo. Como siempre. Tenía la mala costumbre de comenzar los combates arrastrándose, y contra el Dragón no se salió del guion. Shiryu derribó a Seiya con facilidad en varias ocasiones, pero el caballero de Pegaso volvía a levantarse una y otra vez. Aunque la serie estaba en sus primeros capítulos, ya empezaba a vislumbrarse la capacidad de arrastrarse que tenía el protagonista. Y gracias a esa habilidad, poco a poco y base de insistir, Pegaso empezó a darle la vuelta a la contienda.

Y es que así era como se ganaban los combates en Saint Seiya: a base de ser cansino. El que más tragaba terminaba ganando, y esto fue exactamente lo que pasó entre Seiya y Shiryu. El Dragón se las prometía felices pero no contaba con que se enfrentaba a un loco.

En un momento dado, Seiya decidió que su mejor opción era destruir el escudo de su rival con la cara. Y curiosamente y contra toda conclusión lógica a la que podáis llegar, la jugada le salió bien. Los dos caballeros decidieron quitarse la armadura para que el público pudiera ver sus esculpidos cuerpos. Y tras esto, los meteoros de Seiya comenzaron a ser más y más certeros. Fue entonces cuando se produjo la tragedia.

Pegaso y Dragón se golpearon al mismo tiempo, uno en la cara y el otro en el corazón. Y el insistente e inmortal ganador, como sin duda sabréis (de lo contrario no sé qué demonios hacéis leyendo esto), fue Seiya. 

Fue una gran victoria, algo así como cuando el Liverpool le remontó un 3-0 al Milán en la final de la Champions: al principio parecía imposible, pero terminó sucediendo. Sin embargo, el caballero de Pegaso apenas pudo celebrar su sufrida victoria porque había un pequeño contratiempo: Shiryu no tenía pulso y el dragón de su espalda había empezado a desaparecer. Lo que significaba que el caballero del Dragón estaba a punto de morir.

Había que hacer algo con urgencia, y el sabelotodo Hyoga, que había visto todo el combate con los brazos cruzados y dando lecciones de mitología, sabía exactamente qué era aquello que debía hacerse. Seiya se proponía golpear a Shiryu en el corazón justo con la misma fuerza empleada en su anterior ataque. Si acertaba, le pondría el corazón en marcha otra vez. Porque aquí todo se arreglaba a hostia limpia. Pero entonces el cisne bendijo a todos con su vasta sapiencia y dio un consejo clave a Seiya.

—Espera majo— le dijo.—A esa distancia le vas a reventar el corazón. Tienes que dar tres pasos atrás y así seguro que lo revives.

Y eso fue justo lo que pasó. Seiya hizo caso a aquel tipo rubio que tanto parecía saber y se alejó exactamente tres pasos. Entonces cogió carrerilla y zasca, golpeó a Shiryu en el lugar correcto. Shun, que sujetaba el inminente cadáver, y el propio Shiryu, volaron por los aires, y cuando cayeron y se estrellaron contra una pared el tiempo pareció detenerse. Hubo un silencio, y la tensión se podía cortar con un cuchillo. El estadio enmudeció. Hasta que un latido volvió a escucharse y el público rugió de alegría y emoción.

Seiya había salvado a Shiryu y éste estaría en eterna deuda con él. 

Fue un momentazo.

Shiryu revive las armaduras de Pegaso y Dragón con su propia sangre

Shiryu se tomó demasiado a pecho lo de estar en deuda con Seiya. El caballero de Pegaso le había salvado la vida, y por eso Shiryu parecía empeñado en sacrificar su vida con tal de hacer cualquier favor a su nuevo amigo Seiya. Que quizá no fuera necesario, pero él seguía erre que erre con lo de que le debía la vida. 

De modo que el caballero del Dragón parecía obligado a hacer cualquier locura. Para compensar y eso, supongo. ¿Que no has leído la Tienda de Stephen King? Pues me inmolaré para que consigas el libro. ¿Que no has leído todavía al gran Joe Abercrombie? Espera que me tiro por el barranco y ya verás qué bien escribe este tío. Y así. Más tarde le dio por quedarse ciego cada dos por tres, pero ésa es otra historia. En general, Shiryu era muy de sacrificarse.

En esta ocasión la excusa para devolverle el favor a Seiya fueron las armaduras de Pegaso y Dragón. El combate entre estos dos caballeros había sido encarnizado, y al parecer las armaduras habían sufrido más de lo deseable. Tanto, que en realidad debían de estar muertas. Y os preguntaréis: ¿Muertas? ¿Es que las armaduras pueden estar vivas? ¿No son acaso trozos de metal? Pues según Mu de Aries, que de esto sabía un rato, sí. Las armaduras tenían vida, y las de Pegaso y Dragón estaban más fiambre que el bigotudo de "Este muerto está muy vivo".

Mu le dijo a Shiryu que había una manera de reparar las armaduras. Y éste, ansioso por sacrificarse para demostrar lo buen amigo que era, fue todo oídos. "La única manera de resucitar las armaduras es bañándolas con sangre de caballero", le dijo Mu. Y claro, esto fue música para los oídos de Shiryu.

El caballero del dragón se cortó las venas de las dos muñecas sin pensárselo demasiado, casi antes de que Mu terminara de hablar, y puso sendos chorros de sangre sobre las armaduras de Pegaso y Dragón. Y estuvo un rato. Todo debía hacerse por el valor de la amistad y Seiya le había salvado la vida. Claro, claro. Todo ese rollo, ya sabéis. El caso es que al final Shiryu se puso más pálido que el conde Drácula y se desmayó. ¿Sobreviviría? ¡Por supuesto que sí! Estos tíos eran inmortales.

Recuerdo a mi yo de diez años preguntándose cómo podía alguien llegar a hacer semejante barbaridad. En cualquier caso, si alguien todavía está leyendo este artículo y le entran ganas de cortarse las venas para resucitar las armaduras de sus amigos, recordad: ¡No hagáis esto en vuestras casas!

Ikki consigue la armadura del Fénix

"¡Esmeralda! ¡No! ¡Tú no!"

Aún resuena en mi cabeza el grito agónico de Ikki. Lo recuerdo moviendo brazos y piernas de manera extrañísima y con una voz que era una mezcla entre Julen Guerrero y Oliver Atom. Aquello era una tragedia e Ikki estaba sufriendo lo indecible. ¿No os acordáis? Os refresco la memoria.

Hay que remontarse unos años atrás para entender lo que sucedió. Todo comenzó con un calvo abyecto, Tatsumi, el tipo que limpiaba el suelo por donde pasaba Saori. Tatsumi hizo un sorteo para decidir dónde iba a entrenar cada uno de los chavales huérfanos que se convertirían en caballero años después. Se le veía la sonrisilla antes de sacar las papeletas. "La que voy a liar", debió de pensar. "Jijiji". Y comenzó a repartir suerte como si de un sorteo de Champions se tratara.

"Shiryu, a los picos de China", dijo. "Hyoga, a Siberia", sentenció. "Seiya, a Grecia, donde nacieron los caballeros", dijo. Y todos asentían y la cosa marchaba sin mayores problemas. Hasta que llegó el momento que Tatsumi estaba esperando. "Shun". Hubo un tenso silencio. Y levantó la voz: ¡LA ISLA DE LA REINA DE LA MUERTE! Y repitió, el cabrón, regodeándose: ¡LA ISLA DE LA MUERTE!

Una vez más, el drama estaba servido. Por si había dudas de la putada que aquello suponía, Tatsumi nos lo aclaró: "Eres el único que no tiene posibilidades de sobrevivir", le dijo a Shun. Y es que Tatsumi era un motivador nato. Pero entonces del fondo de la sala emergió una voz salvadora: "Necesito unas vacaciones, iré yo en su lugar".

Todos se giraron para ver quién había dicho aquello. Ikki en versión niño caminaba como un pavo, pecho inflado y cabeza alta, en dirección a Tatsumi. El futuro caballero del Fénix y el calvo tuvieron sus más y sus menos. Tatsumi no estaba de acuerdo con la propuesta de Ikki, ya que al parecer quería ver muerto a Shun a toda costa. La discusión subió de tono, y cuando la mejilla de Ikki estaba roja como un tomate gracias a un tortazo de Tatsumi, el abuelo de Saori llegó para poner orden: ¡Ya basta! Y se detuvieron. Entonces el viejo ricachón sentenció: "El destino ha querido que vayas a la Isla de la Muerte", le dijo a Ikki. Y así quedaron las cosas.

Tatsumi dio una paliza a Ikki por dejarle en ridículo delante del abuelo, pero lo que vino después fue mucho peor. Supongo que el nombre de la Isla de la Muerte os hace pensar en un lugar idílico, soleado, con un mar de color azul turquesa, la suave brisa acariciando vuestro rostro y turistas tomando el sol y bebiendo cerveza. El paraíso en la tierra. Pero no, la Isla de la Muerte no era exactamente así.

Para sorpresa de todos, la Isla de la Muerte era un lugar terrorífico. Estaba llena de volcanes en constante erupción y las temperaturas eran altitas. Y aun así, el lugar era lo de menos, porque lo que de verdad daba miedo era el maestro de Ikki.

Hay que ver la de lecciones de vida que nos dio este tío. "¡Odia! ¡Odia! ¡El odio te dará la fuerza!". Se lo decía a Ikki todo el tiempo, pero el chaval no aprendía. 

La verdad es que siempre me pregunté cómo fue capaz Ikki de aprender técnicas como  "El espectro del diablo" o el "Fénix volador" con un maestro como aquel. Que tenía sus cualidades, no os digo que no, como mucha mala hostia y las ideas claras. Pero se le notaba alguna carencia en cuanto a habilidades docentes, pues no parecía la persona más paciente del mundo. Sin embargo, Ikki era un tipo tan sorprendente que no solo aprendió técnicas molonas, sino que además consiguió la armadura del Fénix.

Y eso que le tocó bailar con la más fea. Su maestro le daba palizas todos los días, y hasta que no lo derrotara no conseguiría la armadura. Así que un día Ikki se dijo que ya bastaba, que había llegado su día, y que tenía que hacerse con la armadura como fuera. Se lo debía a Shun, aquel hermano de pelo verde por cuya culpa estaba él ahora tan jodido. 

Al ver la actitud de Ikki, su maestro debió de sonreír tras su inquietante máscara y empezó el combate golpeando a su discípulo sin piedad. Hasta que Ikki reaccionó y a punto estuvo de vencer. Pero cuando iba a dar el golpe de gracia, incomprensiblemente, se detuvo. "¿Por qué te detienes?", preguntó el maestro.

Y entonces un chorro de sangre apareció en pantalla. Y se oyó un grito.

El maestro de Ikki acababa de matar a su propia hija, Esmeralda, la chica que curaba las heridas de Ikki todos los días. Y una vez más sucedía una tragedia en Caballeros del Zodíaco. "¡Esmeralda! ¡No! ¡Tú no!", gritó Ikki con voz agónica.

Fue todo lo que necesitaba nuestro protagonista. Un aura lo rodeó, y tras él emergió un Fénix de Fuego. El odio invadió por fin a Ikki, que atacó a su maestro con todo. Golpeó y golpeó sin detenerse, y terminó atravesando con su puño el corazón de su maestro. El caballero del Fénix consiguió así su ansiada armadura y aprendió una sabia lección: ¡El odio te dará la fuerza!

Resulta que su maestro tenía razón.

Dohko se transforma: el momento más impactante de Saint Seiya

Vi la saga de Hades hace años, y aunque no recuerdo demasiado, sí me dejó dos ideas en la cabeza: 1) es una saga que volvería a ver y que recomiendo a todo friki que se precie, y 2) tiene el mejor momento que haya visto en un anime de Saint Seiya. Y no es que sea una escena especialmente sangrienta ni nada por el estilo. A veces los mejores momentos de la ficción se producen con simples diálogos y alguna cosita que pasa.

Si estáis leyendo esto, seguro que os acordáis de Dohko, el maestro de Shiryu. Era un enano de piel morada, una especie de Yoda en versión china. No era demasiado atractivo, y estaba siempre sentado frente a su amada cascada. De hecho, no se movió de allí ni si quiera para celebrar que Ismael había ganado la primera edición de Gran Hermano, cosa que sí hicimos el resto de los mortales.

Solían decir que Dohko era uno de los caballeros de oro más poderosos, pero nunca me lo terminé de creer. Primero porque parecía estar un poco mayor, y segundo porque mi yo de diez años no alcanzaba a imaginar cómo podía ponerse la armadura de Libra con ese cuerpo mínimo que tenía. Siempre me había resultado incomprensible. Y pasaron los años, y me hice mayor. Y aquella duda continuó instalada en el fondo de mi cabecita.

Hasta que vi la saga de Hades y llegó el capítulo de Dokho. Y me quedé un rato mirando a la pantalla con la boca abierta, porque mi vida acababa de cambiar para siempre

¡Todo tenía sentido!

Shion de Aries era el maestro de Mu, el caballero de oro de Aries. En la saga de Hades se iba a enfrentar a Dohko, que había aparecido para salvar a su discípulo, pero por motivos evidentes la contienda no estaba igualada. Shion conservaba su aspecto joven y parecía estar en forma, mientras que Dohko estaba como siempre. O sea: enano, viejo y feo. En ese momento, estando uno frente al otro, un servidor hubiera apostado todos sus euros a favor de Shion. Pero había llegado la hora de que Dohko nos revelara su gran secreto.

De repente, el cuerpo del maestro de Shiryu comenzó a agrietarse, y una luz blanca y deslumbrante emergió de su cuerpo y lo llenó todo. Shion no entendía qué pasaba, pero no tardó en comprobar que el viejo que tenía frente a él había desaparecido. En su lugar estaba el joven Dohko, su antiguo compañero el caballero de oro de Libra.

"¿Qué ha ocurrido con su cuerpo, maestro?", preguntó Shiryu. Y Dohko no los explicó. Hace 243 años había terminado la anterior guerra contra Hades, en la que solo habían sobrevivido Shion y Dohko. Al terminar la guerra, Atenea había entregado al caballero de Libra un don que hacía que su corazón latiera solo 100.000 veces al año. Es decir, que el corazón de Dohko latía en un año lo que debería haber latido en un solo día. ¿Resultado? Que para el cuerpo de Dohko habían pasado 243 días en vez de 243 años. 

Durante todos esos años Dohko había estado vigilando la torre que encarceló los 108 espectros del ejércitos de Hades. Gracias a ese don que Atenea le había entregado, el maestro de Shiryu estaba preparado para la siguiente guerra, pues seguía siendo el joven caballero de Libra.

¡Boooommm! Increíble. Inaudito. Sublime.

El mejor momento de Sain Seiya.

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